Sesenta kilos de qué. Pues viniendo de Ramón Palomar (Nancy, Francia, 1966), de qué va a ser. De gitanos, farloperos, putas buenísimas, disparos a diestro y siniestro (bang bang bang) y de cortes realizados con un cúter (rrraasss). De eso va esta novela. Novelón. El libro empieza con Charli y el Nene, dos tipos de malamuerte que viven más vivos que muertos, más mal que bien. Anselmo Frigorías les encarga un trabajito. Nada del otro mundo: tienen que hacerle una autopsia a una “mula” —persona que transporta droga en sus intestinos—. Y claro, hay que sacarle la droga a ese fiambre porque hay que venderla. Son negocios. Al pobre tipo no le dio tiempo de sentarse en el váter y cagar la mercancía. Y ahora, el Nene y Charli son los encargados de sacarle la droga, la rica y pura y buena y suculenta droguita de los intestinos de aquel muerto. Aquello es como los cerdos cuando entierran su hocico en el fango buscando trufas. Pues algo parecido. Solo que no remueves barro, remueves mierda. Lite
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