SESENTA KILOS - Ramón Palomar



Sesenta kilos de qué.

Pues viniendo de Ramón Palomar (Nancy, Francia, 1966), de qué va a ser.

De gitanos, farloperos, putas buenísimas, disparos a diestro y siniestro (bang bang bang) y de cortes realizados con un cúter (rrraasss).

De eso va esta novela.

Novelón.

El libro empieza con Charli y el Nene, dos tipos de malamuerte que viven más vivos que muertos, más mal que bien. Anselmo Frigorías les encarga un trabajito. Nada del otro mundo: tienen que hacerle una autopsia a una “mula” —persona que transporta droga en sus intestinos—.

Y claro, hay que sacarle la droga a ese fiambre porque hay que venderla.

Son negocios.

Al pobre tipo no le dio tiempo de sentarse en el váter y cagar la mercancía.

Y ahora, el Nene y Charli son los encargados de sacarle la droga, la rica y pura y buena y suculenta droguita de los intestinos de aquel muerto.

Aquello es como los cerdos cuando entierran su hocico en el fango buscando trufas.

Pues algo parecido.

Solo que no remueves barro, remueves mierda.

Literalmente.

Y apesta que alimenta.

Así empieza el libro.

Fuerte, ¿no?

Nah, esto no es nada.

Total, que cuatro años más tarde de aquello, a Charli se le ocurre la brillante y próspera idea de robarle sesenta kilos a su jefe. Anselmo se entera, (obviamente), por cuenta de el Nene, (obviamente) y el lumbreras de Charli se mete en líos con gente chunga, muy chunga (obviamente).

Charli llora por las esquinas cuando le embarga la nostalgia por Susana.

Susanita.

Una profesora de inglés a la que le gusta el sexo duro.

Pero no duro de duro.

Duro de extremo.

De: “pégame, azótame, escúpeme y vomítame que soy masoquista, papito, párteme el pastelito con tu ratoncito (de ahí la canción Susanita tiene un ratón...).

El corazón de Charli se enamoró de aquella tía extrema y pervertida a más no poder. Y ahora, tras un tiempo sin saber de ella, quiere encontrarla de nuevo. Porque Charli tiene sesenta kilos de farla pura que piensa vender y así poder irse con la profesora a recorrer el mundo. Pero... claro. Si las cosas fuesen tan fáciles, todos seríamos millonarios, ¿no?

También tenemos a Mauro, al que apodan Tiburón. Este encantador y peculiar ser tiene una “firma”. Es admirador del gran Mike Tyson. Y Tyson le mordió una oreja a Holifyeld en un combate. Sí, se la mordío y la escupió. Pues Mauro, alias Tiburón, ha adoptado ese sello cada vez que tiene un trabajito especial.

Caprichos de mentes retorcidas, qué se le va a hacer.

Este encanto de ser humano va tras la pista de Charli y de la tía sadomasoquista a la que busca frenéticamente (el ratón de Charli quiere a su Susanita).

Pero el Nene también participa.

El Nene es otro que va llorando por las esquinas. Pero no por el amor de una mujer, (bueno, a ratos, por Malika, una negra oronda que le vuelve loco). Pero más que nada el Nene llora porque en África mató gente. Y dejó que las llamas envolvieran los cuerpos de los cadáveres a los que pasó a mejor vida, haciéndolos más negros de lo que eran mientras bailaba y saltaba con otros negros del África festejando aquella masacre. El Nene tiene pesadillas cuando mezcla coca y alcohol (no mezcles, Nenito, que luego tienes pesadillas), se dice a sí mismo en repetidas veces a lo largo del libro. Pero os advierto de una cosa: no lo subestiméis. Para nada. Está loco.

En Sesenta kilos aparece Amapola.

Amapola es una puta que trabaja para un amigo de Anselmo Frigorías, un hombre sin escrúpulos al que llaman Carapán (que ya podrías haberte esmerado más con el sobrenombre, Ramón... Carapán...).

Bueno, que Amapola está para merendarla, desayunarla, bautizarla y dejar que te taladre el cerebro con sus largas pestañas, su amelocotonado culo, sus ojos felinos y su piel tostada. Es la puta más codiciada y mejor valorada del Rojo y Negro, el puticlub del Carapán. Ahhh, ya entiendo el mote. Claro. Tiene un negocio de “molletes”, el Carapán. Claro. Ahora me cuadra todo...

En fin, tonterías las justas, por favor.

La novela es una explosión, un santuario del lumpen más bajo y salvaje, donde confluyen mentes retorcidas, rabia a raudales, negocios clandestinos, gitanas gordas que cuentan billetes y los estrujan en un bidón o algo parecido para seguir contando.

Conoceremos a dos hermanos lolailos, Yeyo y Arturito, sobrinos del Marqués, —un gitano que está en la cúspide del tráfico de drogas— (él es el que tiene a la gorda contando billetajes) que hacen de sicarios de su tío cuando la ocasión lo requiere.

Estos dos hermanos, —a los que saqué cierto parecido a los hermanos Salamanca de la serie Breaking Bad— son gitanos de pelo largo, colgantes de oro con la cara de Camarón (ellos, en vez de romper camisas, rompen cabezas), son muy buenos en lo suyo.

Y se fuman unos canutos tan grandes como la pinga de un caballo.

Jooooo-deeeerrrr.

Ramón Palomar no defrauda. La novela engancha, te tiene al filo de la navaja casi todo el rato. La acción es violenta, cruda, sin reparos. Explícita. Es como subirse un tío vivo con una buena dosis de Speed en el cuerpo (ojo, no lo he probado, me refiero al Speed, pero me habéis entendido, supongo, ¿no?).

Palomar hace magia cuando tiene ideas en su cabezota. Ideas que son un arponazo de buen gusto cañí, sin florituras. Sin medias tintas.

Hay dos cosas a destacar, a mi juicio, de la trama.

Una: la aparición de Ventura Borrás. Tengo predilección por este legionario barrigoncete. Es el mejor en lo suyo. Así de claro. Nadie le tose. Nadie.

Y dos: cómo describe el autor a la ciudad de Tánger. Fijaos si es bueno describiendo este rincón del mundo situado al norte de Marruecos que, leyendo la novela, aparece un plato.

El cuscús.

Y le dije a mi mujer (es mi novia, pero le digo mi mujer): ¿has probado el cuscús? Y ella: sí. Y le dije: ¿en un restaurante de comida marroquí? Y me dijo: no, pero lo he probado. Y le dije: pues quiero probarlo. Y le enseñé la descripción del plato.

La descripción de la vida en Tánger es...

MA-GIS-TRAL.

Para ir cerrando, que la novela es un novelón.

Podéis tener ratitos de felicidad de la mano de Ramón Palomar.

Pero... tengo un problema gordo...

A ver dónde cojones como cuscús ahora...


Iván Rey


Título: Sesenta kilos

Autor: Ramón Palomar 

Editorial: Grijalbo

Páginas: 320

Fecha de publicación: Enero 2013

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