LA CHICA DE AL LADO - Jack Ketchum


Al leer este libro, se corrobora que Dios se distrae.

Que no protege a sus hijos.

Y que la maldad no es un simple sustantivo.

El mundo es un buen lugar, un bonito lugar. Hasta que te dicen, te cuentan o te narran —llamadlo como queráis—, situaciones en las que no es un buen lugar.

Ni siquiera un lugar.

En todos los sitios hay esquinas que tienen unas escaleras que descienden hasta el sótano. Si bajas esas escaleras, la luz es sucia.

Es de otra intensidad.

Hasta de otro color.

Os pongo en situación: David es el narrador de La chica de al lado. Ronda los trece años (como la mayoría de los personajes de la novela). Estamos en los años cincuenta, en un pueblo aparantemente tranquilo. Aquí no sucede nada paranormal. No hay fantasmas ni nada por el estilo.

David vive junto a su buen amigo Donny.

Donny vive con sus otros dos hermanos: Woofer y Willie. Y con Ruth Chandler, su madre.

También aparecen otros niños como Eddie, Denise —que es hermana de este—, Lou Morino, Tony Morino, Glen Knott...

Y Meg y Susan.

Meg y Susan son dos hermanas que han perdido a sus padres en un accidente de tráfico. Milagrosamente, ellas dos han sobrevivido, aunque tienen el cuerpo lleno de cicatrices. Gusanos rosas serpentean por sus cuerpos, vestigios de un pasado doloroso.

Meg tiene dieciséis años; Susan, nueve.

La pequeña se llevó peor parte que su hermana en el fatídico accidente. Tiene las piernas llenas de aparatos.

Meg y Susan Loughlin solo tuvieron dos opciones: una, el orfanato y, dos: ir a parar a casa de los Chandler.

Eligieron la segunda opción.

Ruth vivía con sus tres hijos varones. Willie, su marido, los abandonó hacía mucho. Ruth era familia, lejana, de las hermanas Loughlin.

Hasta ahí, todo normal.

Jack Ketchum (Nueva Jersey, 1946) narra con destreza, maestría y buen tino lo que le ocurrió en la vida real a Sylvia Likens. No vayáis a buscar su nombre. Si tenéis pensado leer el libro, os recomiendo que no lo hagáis. No antes de leerlo.

El caso: las dos hermanas desembocan en casa de los Chandler.

Ruth es una mujer taciturna, amargada, rastrera y manipuladora. Woofer tiene tendencia a ser un pirómano. A quemar cosas. Donny es el mejor amigo de David, el narrador, y se puede decir que es el más “normal” de los hijos de Ruth. En principio.

Willie es la fuerza bruta, el músculo.

Como ya adelanté, hay más chicos en la novela.

Todos son protagonistas de una u otra forma.

Eddie es el que se lleva la palma. Su reputación lo corrobora. De Eddie se dicen muchas cosas, a cuál peor. Es impulsivo, violento y tiene el cerebro lleno de clavos oxidados. Le arranca la cabeza a los sapos a mordiscos, se pasea con serpientes en la boca por el vecindario hasta que las acaba matando. Porque lo que Eddie toca, lo que Eddie quiere cuando quiere jugar, se convierte para él en su juguete.

Y Meg se convirtió en su juguete.

Las cosas malas, las malas de verdad, se cuecen a fuego lento.

Para Meg no fue una excepción.

La chica notaba que no encajaba en aquella casa. Que le caía mal a todos. A Ruth, a Willie, a Woofer... A todos.

Menos a David.

También es cierto que David tiene algo de inocencia. Aunque pase más horas en casa de los Chandler que en la suya, tiene el corazón de otra pasta.

Ruth y su cabeza hicieron prender la chispa para que todo estallara por los aires.

Ruth y su paranoia.

La matriarca de los Chandler comenzó a divagar en que Meg era una zorra con suerte —sí, zorra—, que no tuvo apenas consecuencias en el accidente, a excepción de varias cicatrices...

Y para colmo, era guapa.

Meg traía loco a más de un chico en el vecindario. De hecho, David se enamoró de ella al verla por primera vez.

Meg se convirtió en la fantasía sexual de Willie, Woofer, Eddie, Donny...

¿Hay algo que dé más miedo que ser la fantasía sexual de otra persona? Y no me refiero a fantasías sexuales ligeras, no, me refiero a fantasías de peso, indecentes, inmorales, grasientas.

Criminales.

En este libro, Jack Ketchum se ha ganado mi respeto por varias cosas. Una de ellas es por contarlo todo sin cortapisas pero siendo cuidadoso con el lector. El autor sabe parar cuando hay que parar y sabe acelerar cuando hay que acelerar. Otra de las cosas que considero de elogio es que haya tenido los testículos del tamaño de un rinoceronte para buscar información sobre el caso real y escribirlo. Porque si a los lectores nos ha causado pavor —porque no tiene otra palabra— leerlo, escribirlo tuvo que ser... esquizofrénico.

A Meg le hicieron cosas...

A Susan le hicieron cosas...

Cosas que os van a dar náusas, miedo, asombro, asco, enfado...

Imaginad por un momento que alguien se divierte con el cuerpo de tu hermana, o de tu madre, o de tu abuela. Imaginad que no acaba ahí, sino que además, os hacen puré el cerebro. Porque lo que Meg sufre, lo que Susan sufre no es normal. Susan ve cómo su hermana es degradada, humillada, rajada, violada y constreñida a ser un trozo de carne que sangra, grita, balbucea, tiembla y pide clemencia. Meg fue el templo del dolor de varios críos y de una adulta durante semanas. Esos días fueron un infierno para la chica. Pero si Meg sufrió, Susan sufrió. Y David sufrió.

A Meg, de dieciséis años, la despojaron de todo. Hicieron coágulos de cemento con sus neuroras, bañaron su cuerpo de cuchilladas obscenas, enjaularon su inocencia y la sepultaron con hormigón armado. La pobre chica no supo diferenciar el dolor del placer, la verdad de la locura, la luz de la oscuridad, el frío del calor.

Y pensar que duele que alguien nos diga que vestimos hortera o que tenemos los dientes doblados o que se nos vaya la cobertura del móvil por diez minutos... menuda panda de gilipollas estamos hechos.

En fin... Gracias a Carfax por este libro y a Jack Ketchum por escribirlo.

El libro es una pasada, pero no es para disfrutar. Es para pensar en dónde carajos vivimos y cómo pueden haber personas, incluso niños, que disfruten siendo la chusma de la inteligencia humana. Porque, a fin de cuentas, lo que se cuenta en el libro no es más que eso: lo que ocurre cuando se aplica la inteligencia de forma incorrecta, a nuestro antojo, en nuestro beneficio.

Y eso... eso le pone los pelos de punta a cualquiera.

Termino con una frase del libro: “Ella era todo lo que yo conocía sobre el sexo, y todo lo que conocía sobre la crueldad. Ella era como un vino embriagador”.


Iván Rey


Título: La chica de al lado 

Autor: Jack Ketchum

Editorial: La biblioteca de Carfax

Páginas: 340

Fecha de publicación: noviembre 2020

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