PECES DE COLORES - Raymond Chandler

 


“No hacía ningún trabajo aquel día, sólo practicaba el balanceo de piernas. Una brisa cálida y voluntariosa soplaba contra la ventana de mi oficina y el hollín de las estufas del hotel Mansion House, situado al otro lado de la calle, rodaba por el cristal de mi mesa en diminutas partículas, como polen flotando sobre un solar vacío. Estaba pensando en ir a almorzar cuando Kathe Horne entró en la oficina”.

Leer a Chandler para mí siempre ha sido una diversión amarga. Me fascina su forma de narrar, las imágenes que crea cuando escribe y sus descripciones ocurrentes, pero a menudo tengo la irritante sensación de no enterarme de nada. Sus tramas son intrincadas y toman múltiples bifurcaciones, con personajes a priori inconexos entre sí que luego resultan no serlo. En ocasiones los acontecimientos se precipitan por una consecuencia lógica, pero otras veces también hay lugar para el azar. En un primer momento esto me generaba cierta frustración, ya que me sentía perdido en un mar de dudas. Más tarde supe que esa confusión es inherente a Chandler, y aprendí a convivir con esa incomodidad. Sentir que hay algo en la lectura que se nos escapa, que no controlamos, es parte de la experiencia de leer al autor de Chicago.

Siempre que hablamos de Raymond Chandler pensamos por asociación en Philip Marlowe, el detective privado que protagoniza sus novelas más reconocidas. Se menciona entonces El sueño eterno (1939), Adiós, muñeca (1940) o El largo adiós (1953), no sólo porque son novelas emblemáticas de la literatura noir, sino porque además han sido llevadas al cine por directores de la talla de Howard Hawks o Robert Altman que las han dejado clavadas en nuestro imaginario. Visualizamos a Marlowe con la mirada dura y suspicaz de Humphrey Bogart, sosteniendo un cigarrillo entre los labios, o bien con la cansada resignación de un Robert Mitchum casi sexagenario. Cuando se piensa en la imagen del detective privado, automáticamente se evoca la imagen de Philip Marlowe (Chandler) o bien de Sam Spade (Hammett). Sin embargo, Philip Marlowe es la culminación de todo un desarrollo de personaje a lo largo de la obra del autor, y no es difícil encontrar los prototipos sobre los que se construyó si leemos los relatos previos del hombre que lo creó.

Uno de esos prototipos es el detective Carmady, protagonista de Peces de colores (1936). El relato que nos ocupa, publicado originalmente en la revista pulp Black Mask, arranca en su oficina cuando una expolicía llamada Kathe Horne le propone un negocio a Carmady. El encargo consiste en recuperar dos perlas del valor de doscientos mil dólares, nada menos, de las manos de Wally Sype. Sype es un ladrón de trenes que, según se supone, se hizo con las perlas durante un robo a un vagón correo. Un trabajo bien hecho: se ocultó en el vagón, mató al empleado y vació la bolsa de correo certificado antes de saltar del tren a la altura de Wyoming. El tipo fue apresado y condenado a perpetua, pero le ofrecieron un indulto a cambio de la devolución del botín. Sype devolvió todo lo robado menos las dos perlas, que todavía se creen en su poder. Con doscientos de los grandes se pueden hacer muchas cosas, así que son varias las personas que se mostrarán interesadas en las perlas y ninguna de ellas utilizará métodos pacíficos. Carmady deberá hacer gala de su audacia e inteligencia para llegar a las perlas antes que nadie y, más importante aún, no acabar agujereado por una Colt.

La edición de Bruguera, del año 81, contiene también unos apuntes de Chandler sobre la novela policíaca así como un relato adicional, Tiroteo en el Club Cyrano (1936). 

La voz narradora adopta la primera persona y se limita a describir la acción que toma lugar en presencia del detective. En el relato, Chandler recurre a esa sobriedad en la narración, lo que hace que la lectura sea mucho más ágil y acelerada, eludiendo el sentimentalismo. No será hasta más adelante, con la serie de Marlowe, cuando las novelas adoptarán ese tono cínico y melancólico tan chandleriano. Carmady, por otro lado, se nos presenta como un personaje mucho más pragmático, porque no da pie a hablar de su pasado ni de sus sentimientos.

Detrás de estas trepidantes historias de persecuciones y disparos subyace una mirada pesimista a la sociedad estadounidense, cuyo único motor parece ser la obsesión por el dinero. Las relaciones interpersonales se ven subordinadas a esta obsesión, por lo que son percibidas como simples instrumentos. Las personas se utilizan entre sí para alcanzar ese objeto de deseo y luego se desechan. Así se genera un individualismo desolador que tiene ecos en nuestro presente, en el que la empatía por nuestros iguales cada vez está más anestesiada y la desconfianza crece. Chandler viene a evidenciar que el sueño americano no existe, que más bien se trata de una pesadilla y, si pensamos esto desde nuestra descarnada actualidad, se diría que el tipo dio en el clavo. 


Víctor Muñoz


Título: Peces de colores 

Autor: Raymond Chandler

Editorial: Bruguera

Páginas: 186

Fecha de publicación: 1981

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