DICK O LA TRISTEZA DEL SEXO - Kiko Amat


Hay libros que te acarician. Otros te mecen con ternura. Y luego está Dick o la tristeza del sexo de Kiko Amat que directamente te agarra de la pechera, te lanza contra la pared y te dice: “Bienvenido a la adolescencia, colega. Spoiler: vas a pasarlo mal”.

La nueva novela de Amat no es un manual de educación sexual, aunque podría funcionar como su reverso oscuro. Aquí no hay eufemismos, ni filtros de Instagram, ni discursos moralizantes. Hay deseo, culpa, represión, carcajadas incómodas y un retrato descarnado de ese momento en la vida donde el cuerpo corre más rápido que la mente y nadie te da instrucciones para manejarlo.

Este libro me ha incomodado. Me ha hecho reír, pero también apartar la mirada en más de una página. Y ahí está su fuerza. No es un libro que busque agradar; es un libro que quiere zarandearte. Y, aviso, lo consigue.

El protagonista es Franki Prats, un chaval de quince años atrapado en el extrarradio barcelonés de los años 80. Vive con una madre ex-modelo emocionalmente ausente, un padre académico más interesado en sus citas que en su hijo, y una hermana que lidia con su propio caos. Todo lo que rodea a Franki es confusión, silencio y soledad. Y en medio de eso, un cuerpo que arde de deseo, un cerebro que no da abasto y un mundo que parece construido para no explicarle nada.

Para escapar, Franki inventa un alter ego: Dick Loveman, un héroe sexual imaginario que representa todo lo que él no es. Dick es seguro, irresistible, seductor y capaz de vivir aventuras prohibidas con una naturalidad absoluta. Este desdoblamiento (el Franki real contra el Franki soñado) es el corazón de la novela: lo que anhelamos ser frente a lo que somos cuando la fantasía se cae a pedazos.

La novela arranca con una escena tan dura que la recordarás durante semanas. Es brutal, sí, pero no gratuita. Es la manera que tiene Amat de decirte desde la primera página que aquí no hay medias tintas: la adolescencia, la culpa y el sexo no vienen con subtítulos. A partir de ahí, el libro avanza como una montaña rusa entre lo grotesco y lo hilarante, entre escenas incómodas y reflexiones que te dejan pensando mucho después de cerrar el libro.

Amat utiliza el humor negro como bisturí. No para suavizar la incomodidad, sino para subrayarla. Te ves riendo en momentos en los que, si lo piensas bien, no deberías estar riendo. Ese choque entre lo trágico y lo cómico es uno de los grandes aciertos de la novela. Y, de paso, aprovecha para lanzar dardos contra todo un sistema: la falta de educación sexual, la represión católica, el silencio familiar y la construcción de una masculinidad tóxica que en los ochenta se daba por hecha. El hombre debía ser fuerte, infalible… y si no lo eras, eras un problema. Franki encarna ese conflicto de forma desgarradora.

Otro de los puntos fuertes del libro es su estructura. Amat no se conforma con contar la historia en línea recta: la novela funciona como un collage frenético. Combina la realidad cotidiana de Franki con sus delirios sexuales y oníricos (donde Dick Loveman viaja por escenarios imposibles llenos de dinosaurios, reinas exóticas y fantasías descabelladas), y lo mezcla con extractos de manuales decimonónicos sobre sexualidad, citas religiosas y reflexiones pseudoacadémicas. Podría parecer un caos, pero hay un ritmo interno, casi musical, que hace que todo encaje. Es como entrar en la mente de un adolescente y quedarse atrapado en su torbellino interno.

El contexto social también juega un papel fundamental. La Sant Boi de Llobregat de los ochenta no es solo el escenario, es casi un personaje. Amat retrata un extrarradio marcado por videoclubs, revistas porno escondidas bajo el colchón, barrios donde todo el mundo se conoce pero nadie habla de lo que realmente importa. Ese silencio colectivo, esa represión compartida, es la atmósfera que moldea a Franki. No es solo un chico perdido; es el producto de una época y de un sistema que construía hombres con patrones que ni ellos mismos entendían.

La novela está llena de personajes secundarios que, aunque aparezcan poco, dejan huella. La madre, fría y distante, carga con sus propios fantasmas. El padre, atrapado en su torre de citas académicas, no sabe hablar con su hijo ni de sentimientos ni de sexo. El vecino “sexperto” funciona como una especie de guía distorsionada, el tipo que parece saberlo todo pero en realidad solo contribuye a confundir más a Franki. Nadie en la novela tiene respuestas claras, y eso refuerza la sensación de que todo el mundo, de una forma u otra, está igual de perdido.

Si has leído antes a Kiko Amat, reconocerás su estilo visceral. Pero aquí da un salto adelante. Su prosa es un saqueo verbal constante: frases largas que se precipitan, insultos inventados, imágenes delirantes y un ritmo que imita la mente hiperactiva de un adolescente atrapado en su propio cuerpo. No hay un solo adjetivo colocado al azar. Cada exceso cumple una función narrativa. Y, a diferencia de otras obras anteriores, aquí su realismo sucio gana en sutileza: sigue siendo brutal, pero hay más capas, más matices, más contención cuando hace falta. Se nota que Amat está en plena madurez creativa.

Dick o la tristeza del sexo es, en esencia, una novela incómoda. Y eso, en estos tiempos, es un elogio. Habla de deseo, culpa, represión, identidad y vergüenza con una crudeza que te incomoda, pero al mismo tiempo te atrapa. Es un libro que te obliga a mirar de frente esa etapa de la vida que todos recordamos con una mezcla de nostalgia y terror, pero sin maquillar nada. Amat no escribe para agradar; escribe para sacudir, para incomodar, para arrancarte carcajadas incómodas en medio de escenas que te remueven el estómago.

Cuando lo terminas, sientes que has pasado por un lugar donde no estabas preparado para entrar. Y, sin embargo, lo agradeces. Es una novela que no te da respuestas fáciles, pero sí te deja con preguntas que se quedan rondando mucho tiempo después de la última página.

Si buscas una lectura ligera para pasar el rato, este no es tu libro. Si quieres salir ileso, tampoco. Pero si te interesa la literatura que no pide permiso, que se atreve a ir a sitios donde otros no van, que mezcla lo grotesco con lo sublime y que utiliza el humor como bisturí, entonces Dick o la tristeza del sexo es exactamente lo que necesitas.

Kiko Amat ha vuelto, y lo ha hecho mejor que nunca.


Jose Núñez


Título: Dick o la tristeza del sexo

Autor: Kiko Amat

Editorial: Anagrama

Páginas: 384

Fecha de publicación: enero 2025

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