Seiscientas ochenta páginas.
Un libro grueso. Contundente. De los que empiezas a leerlo y dices: Tengo para rato. Y es verdad. Tienes para rato. Pero esas casi setecientas páginas se leen como un tiro.
Nunca había leído nada de Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) hasta que Los destrozos se me puso entre ceja y ceja. Al principio fui dejándolo de lado. Iba a una librería, lo cogía, leía la sinopsis, miraba el tipo de letra, el interlineado, la portada... Y lo volvía a dejar en la estantería. Y compraba otro libro.
Así.
Un día.
Y otro.
Y otro.
Hasta que dejé de hacer aquella estupidez y me lo llevé.
Os puedo asegurar que, de todos los libros que llevo leídos en el año (que son unos pocos), este es muy bueno.
Es la hostia.
La trama gira en torno a un grupo de adolescentes de diecisiete años, pijos, de California. Hasta ahí, todo normal. Solo que a estos chavales les gusta ponerse de drogas hasta las orejas. Fuman marihuana como el que bebe agua, follan como si les fuese la vida en ello y... claro, como sus padres tienen pasta pues... hacen lo que les da la gana.
Estamos en el año 81. El libro tiene pequeños saltos en el tiempo. Desde el presente (1981), al pasado (1980), y al futuro inmediato (1982). Bret, que es el narrador, es novio de Debbie, una chica guapa a la que encanta montar a Spirit, su flamante caballo.
Debbie y Bret experimentan con el sexo —he visto películas porno más suaves que estos dos en la cama—, y con las drogas —a Debbie le flipa esnifar cocaína con su buena amiga Susan (otra que tampoco escatima en ese ámbito)—.
Susan es la chica más popular del instituto. Y claro, la chica más popular, la más guapa, la más guay, tiene que estar con el chico más guapo, más fuerte y más guay de todo Buckley (el instituto al que acuden). Y ese chico no es otro que Tom Wright.
Hay otros personajes: Ryan, Jeff Taylor, Robert Mallory...
Robert es el chico nuevo. Llega a Buckley para acabar su último curso de secundaria —como todos estos que he nombrado antes—, solo que Robert es un chico peculiar. A Bret, Robert no le causa buena impresión.
Bret dice que es como si Robert ocultase algo negro. Algo turbio, neblinoso.
Algo que a Bret le pone los pelos de punta. Y, casualmente, a la aparición de Robert en Buckley se une otra más espeluznante: el Arrastrero.
El Arrastrero es un asesino en serie. Entra en casa de sus potenciales víctimas, secuestra a sus mascotas, cambia los muebles de sitio, deja llamadas anónimas y silenciosas en el contestador, pósteres en la mesa de la cocina... Varias chicas, tras la llegada de Robert, desaparecen. Aparecen muertas. Mutiladas. Denigradas.
Y eso, a Bret, le pone nervioso.
Muy nervioso.
Pero la cosa se vuelve insostenible cuando esas llamadas empiezan a ser habituales en casa de su novia Debbie.
Y en la de Susan.
Y desaparece repentinamente Matt Kellner (un fumeta medio hippie y amante del surf con el que Bret experimenta sus gustos sexuales). Y el gato de Matt aparece convertido en un rompecabezas —cabeza por aquí, cuerpo por allá— junto al borde de una piscina, junto a un cuerpo flotando, junto a un...
En fin.
Es mejor que la leáis.
El libro tiene una prosa ágil, fluida. Tiene un toque a Stephen King y Joël Dicker. Vais a entrar en la década de los 80 de pleno, vais a escuchar buena música (Bret da una amplia lista de temas para escuchar a todo volumen en el coche mientras conduces hacia cualquier sitio y el sol te da de lleno en la cara), vais a follar como condenados —los que seáis más calientes de la cuenta, tened kleenex cerca—, y vais a disfrutar como enanos.
Estoy convencido de que más de uno saldrá echando el aire de sus pulmones cuando lo acabe, porque es como si os quedarais vacíos.
Solitarios.
Muertos.
En este libro todo cuadra aunque parezca que no. Es oscuro, poderoso, analgésico. Curativo. Es más que una novela; es un homenaje a la música del pasado (la de los viejos maestros), es puro corazón.
Es un bombazo en las partes nobles, hablando claro.
Las dotes narrativas de Bret Easton Ellis son como las de los míticos contadores de historias de las tribus indias, algo que se te queda rondando en el cerebro días y días y días.
Lo dicho, llega la primavera y qué mejor plan que una cerveza, Los destrozos, música ochentera de fondo, bajita, acompañando la lectura, y el sol en la cara.
El resultado será de una exquisitez absoluta.
Os lo aseguro.
Título: Los destrozos
Autor: Bret Easton Ellis
Traductor: Luis Murillo Fort
Editorial: Random House
Páginas: 680
Fecha de publicación: Enero 2013
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